Hasta que la vida vuelva al Río

Las demandas sociales, las voces de las comunidades (...) deben ser tomados en cuenta a la hora de tomar decisiones y desde luego, no bajo promesas vacías de cambio, sino bajo esfuerzos integrales que busquen cuidar nuestro hogar común para la nuestra y las futuras generaciones.

Hasta que la vida vuelva al Río
Tomada el día 18 de enero de 2020 en el municipio de El Salto, justo en el mirador que da vista hacia la cascada. Deja de manifiesto el grado de contaminación que se aloja en las aguas del río. Crédito: Javier Medina.

El Salto, Jal. — En una pared en el municipio de El Salto, se puede leer una leyenda que dice “Es más respirable un gas lacrimógeno”. Este municipio que ha vivido una constante explosión demográfica pues ha pasado de los 83 mil habitantes hace casi 19 años a tener más de 185 mil en 2015 de acuerdo a datos del IIEG, sufre todos los días de una seria problemática de salud y ambiental en su población.

La corrupción tiene tantos matices y toma tantas formas que lamentablemente casi no hay tema de agenda pública que se le escape. Carcome, degrada y limita la capacidad de las instituciones para atender de manera eficaz los asuntos que les competen. En este contexto, ver discursos que se alejan de la realidad es una constante y lo relativo al cuidado de los ecosistemas es un tema que no hace la excepción. De palabra se cuida, protege, conserva y restaura, pero en la práctica los intereses económicos y particulares prevalecen, haciendo de la impunidad su aliada. El Río Santiago ante nuestros sentidos, nos muestra el por qué de su triste calificación como el río más contaminado de México. El Río Santiago como lo conocemos, nace desde el Lago de Chapala en el municipio de Ocotlán y se extiende por 562 kilómetros entre los estados de Jalisco y Nayarit. El caso del Río Santiago, es ejemplo de las malas políticas de manejo del agua que aún imperan en México y lo que fluye por el río, no es más que síntoma de lo que empresas contaminantes han hecho por décadas en complicidad con gobiernos a nombre de un desarrollo que enferma, mata y lleva riqueza a otros espacios en una lógica capitalista. Silencia y minimiza las voces de las personas que todos los días padecen los estragos de esa contaminación que escapa de nuestra imaginación, viendo lejana la posibilidad de una solución real y de fondo.

Lo que sucede en el Río da pie a que medios como el New York Times haga trabajo de investigación y el resultado sea una publicación bajo el nombre de “Un Chernóbil en cámara lenta”, título que más que sensacionalista, refleja una realidad de lo que ahí sucede, pues por su cauce fluye un cóctel de cadmio, mercurio, benceno, plomo y arsénico como sustancias principales, aunque en realidad han sido detectadas más de mil noventa sustancias químicas en el río de acuerdo a estudios realizados por el Instituto Mexicano de Tecnología del Agua.

El Salto, Juanacatlán y sus comunidades, padecen los estragos de un desarrollo que sí genera empleos e inversión pero que se paga con la salud y en ocasiones, con la vida. Hace unos días tenía la oportunidad de escuchar testimonios en una de las entregas que forman parte de un documental. En esta ocasión, tuvo lugar la voz de Juanita Márquez, quien es habitante de la comunidad de Casa Blanca en el municipio de Poncitlán, Jalisco. Dentro de su testimonio, con una voz pausada y recordando lo que ya fue, relata que “la vida en la comunidad era muy bonita”, señala también que “las tierras producían mucho, había mucha agua. Vivíamos pobres, pero pobres relativamente porque teníamos una riqueza, porque teníamos que comer […] El río era algo tan bonito” y afirma que existía una relación cercana con la naturaleza.

Las demandas sociales, las voces de las comunidades y los testimonios como los de Juanita, deben ser tomados en cuenta a la hora de tomar decisiones y desde luego, no bajo promesas vacías de cambio, sino bajo esfuerzos integrales que busquen cuidar nuestro hogar común para la nuestra y las futuras generaciones. Hacer efectivos los mecanismos de regulación, impulsar el desarrollo económico local y restaurar ecosistemas con enfoque progresivo son algunas de las vías para recuperar lo que es nuestro; el patrimonio natural.

La crisis climática y ambiental nos demanda acción y no podemos seguir dándole la espalda, nuestro futuro depende de su atención.

Lo problemática suscitada en el Río Santiago no se limita únicamente a las zonas que éste recorre. De acuerdo a datos de la Comisión Nacional del Agua, la contaminación en cuerpos de agua se hace ya presente en un 70% de los casos. El tratamiento efectivo de aguas residuales es un tema sumamente complejo y que sin duda, debe tomar mucha más fuerza dentro de las agendas de gobierno. Pues el agua que consumimos, con la que se producen nuestros alimentos o la que podemos apreciar en algún río o lago, está sujeta a algún grado de contaminación.

Vacíos legales

En protección de recursos naturales (como en otros temas de agenda pública), la ineficacia cabe perfectamente bajo la excusa de la falta o insuficiencia de normatividad y entonces acudir a una inacción por vacíos legales. El caso del Río Santiago no ha sido la excepción y el daño que se le ha infligido a este cuerpo de agua tiene varios culpables pero pocos responsables y los problemas superan a las alternativas. Si el tema es protección de zonas forestales, regulación de agroindustria o del desarrollo urbano, las condiciones son similares.

Es un contexto en el que las autoridades desconocen u omiten lo que les corresponde, pero sí identifican lo que “no les toca” y es necesario parar ya con estas posturas, pues echan por la borda la posibilidad de pensar procesos de producción apegados a la ley y en la construcción de acuerdos en beneficio colectivo.

Las omisiones cuestan vidas, comprometen el futuro de las próximas generaciones y recrudecen la falta de confianza de la población hacia sus instituciones. La degradación de ecosistemas, así como los contextos de violencia son situaciones que nos lastiman todos los días, pero no podemos normalizar. Las respuestas no están en acostumbrarse a vivir en el riesgo por el conformismo institucional y la consecuente resignación social.

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